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De calor y de sombra
Hace unos meses, en pleno invierno español, escribí un artículo llamado amantes del sol. Lo necesitaba tanto, tantísimo, que solo pensaba en él, en lo maravilloso que es sentir esa sensación de bienestar que produce la caricia de un rayo de sol después de semanas y semanas de temperaturas bajísimas, cielos grises y noches gélidas. Me declaré amante del sol públicamente.
Un amigo, excelente profesor y compañero de , y originario del país tropical que más amo del mundo, me dijo que le había gustado el artículo pero que él siempre se había considerado, más que amante del sol, un “buscador de sombras” y lo entendí inmediatamente, pues yo también sé lo que es vivir trescientos días al año bajo un sol, cuando menos, abrasador.
No es que me vaya a retractar, porque yo amo el sol, tanto que si tuviera otra hija la llamaría así, Sol, sin más; que además va muy bien con el nombre de mi única hija, África, que significa “ sin frío”.
Pero, lo cierto es que, el comentario de Byron me hizo reflexionar y, además, me llevó a una frase hecha que mi madre suele usar para definir mi especial relación con el clima o, incluso, para indirectamente mencionar un rasgo de mi personalidad inconformista. Ella me dice, “hija mía, no sirves ni para el sol ni para la sombra”. Si, lo sé, suena un tanto brusca, pero es que mi madre es muy expresiva y, además…